«Nuestra gente»: Gabino (Segunda Parte)
Por lo general, Gabino tiene que apegarse a lo que los clientes piden: los modelos, los colores, las combinaciones entre los tejidos, las figuras, dibujos, etc. Sin embargo, a veces tiene la oportunidad de proponerles sus propios diseños, manejando una amplia variedad de hilos, mezclándolos entre sí como un alquimista en su taller o un químico en su laboratorio, en espera de ver el resultado. El Sr. Simón, uno de sus ayudantes, le asiste durante todo el proceso.
Es sorprendente observar cómo, basado en su experiencia y talento, tiene las medidas y escalas interiorizadas: al sostener un suéter o una camisa frente a sus ojos, ya sabe cuantas “pasadas” y “caídas” lleva del cuello al hombro, de un extremo de la manga al otro, etc., sin tener que recurrir a un instrumento o herramienta de medición. Y por supuesto, tiene razón.
Al inmiscuirnos en sus cuadernos y hojas de apuntes, nos damos cuenta de que posee una mente sumamente meticulosa, una capacidad de observación y memoria admirables. Una serie de plantillas de plástico perforadas llena su escritorio, las mismas que le sirven para programar las máquinas. Él mismo realiza la programación con una perforadora especial, colocada al lado de sus esquemas: se ha visto orillado a aprender ese lenguaje, y ahora lo maneja a la perfección.
Le preguntamos por la situación actual en el mercado de las prendas: “Uy, pues va de mal en peor… ya casi nadie se fija en lo bien hecho de la ropa. Ahora la gente compra pura mercancía china porque es muy barata, pero de mala calidad; no te creas, eso ha perjudicado mucho nuestra chamba.”
Afortunadamente, Gabino encontró en Rozen su segundo hogar. “Los jefes me tratan bien, y aquí entre los compañeros nos llevamos muy padre, todos jalamos parejo, no hay malas vibras; entre tanto chiste y cábula ni se siente el esfuerzo. La verdad es que me gusta trabajar aquí”. Y así parece en efecto: se le nota, en esa sonrisa de oreja a oreja que nos muestra al despedirse.