–¡ Llévela llévela; la camisa; la playera; de su equipo predilecto!
¿A cuántos no nos ha pasado? Salimos de un evento deportivo o un concierto y queremos el detalle del recuerdo. Entre todas las opciones —llaveros, tazas, pósters, videos—escogemos uno: la camisa. Y, para ser más específicos: la playera “bordada”. ¿Por qué? En primera, porque queremos ponernos la camiseta, queremos mostrarnos orgullosos de pertenecer a éste u otro equipo, a este u otro tipo de gente.
La segunda razón es más práctica. Lo que se dice de lasa camisas bordadas, aquí y allá, es que, a diferencia de las estampadas, éstas son de mayor calidad. No se desgastan en la primer lavada. La imagen está hilada junto co la tela, no planchada por encima.
¿Qué pasa después? Pues resulta que las camisas que compramos y –por las cuales pagamos más—salen igual de mal. Los hilos se empiezan a deshacer. El color se empieza deslavar. Al final de una y dos semanas, el lugar donde estaba el bordado se va deshaciendo para volverse en una maraña incómoda que nos pica, nos da comezón. Imposibles de usar.
Para el final de este proceso de desgaste ya ni se reconoce la imagen del bordado: las letras están segmentadas, todo en ellas está deshecho. Y en entonces la prenda, que antes era una especie de trofeo para utilizarse en público; un vínculo con personas como nosotros, que entienden nuestras pasiones y nuestras preocupaciones ya no nos da orgullo. En la casa, la camisa pasa a convertirse en una jerga: es utilizada únicamente para que se ensucie—es el tipo de playeras que acaban viajando hasta coordenadas remotas y se usan por los que menos tienen.
La cantidad de camisas bordadas que acaban en el basurero – o en el fondo de los closets, que es lo mismo—son incontables. Después de cada mala experiencia con éstas, juramos nunca comprar otra más.
¿Para qué negarlo? La mayoría de las experiencias que tenemos con las camisas bordadas son parecidas a éstas. Y es que las fábricas que producen este tipo de productos, en México, muchas veces no tienen ni los más mínimos procesos de control de calidad. Muchas de ellas se encuentran vinculadas a circuitos de informalidad; es por eso que, como los demás productos hechos al aventón y en masa, sobre todo aquellos que tienen que estar listas para venderse al por mayor en evento especial, salen al público sin ninguna atención a detalle. En esta situación el único que acaba perdiendo, siempre, es el consumidor final.
Pero para los que nos tomamos el bordado seriamente, este fenómeno de las camisas bordadas de baja calidad nos da una muy mala cara. Y es que muchos no se dan cuenta de que el bordado, antes siquiera de ser una técnica industrial, como el estampado, era un arte humano. Existen incontables piezas de bordados complejísimos exhibidos en los museos alrededor del mundo: ellos son muestras de la paciencia y la devoción que cada uno de los artesanos tenía.
Las prendas bordadas eran, en muchos círculos, una marca de distinción: hay incontables piezas de este tipo en exhibiciones sobre sociedades cortesanas y aristocráticas. Pero lo más fascinante del bordado es que la práctica no solo atraviesa culturas alrededor del mundo, sino que ayuda a distinguirlas entre si: las técnicas utilizadas por indígenas mexicanos no son las mismas que se utilizan por sus contrapartes en países como la India, en muchos sentidos es a través del bordado mismo—con su mezcla de patrones y colores—que se logra establecer una identidad.
Aunque en Rozen no producimos este tipo de productos artesanales, nos sentimos herederos de esta tradición que data desde el principio de la humanidad. Es verdad, las técnicas de bordado han cambiado – ahora existen máquinas que nos ayudan a producir, de manera rápida y eficiente, bordados de calidad—pero no su uso social.
El bordado sigue siendo, y será, una marca de identidad.
En este sentido, las camisas bordadas no son una prenda cualquiera. Son lo primero que se le da a un miembro de un equipo para darle la bienvenida. Lo mismo sucede con el empleado que, desde el primer día, porta de manera orgullosa el logo de donde trabaja.
Durante nuestros cuarenta años de existencia, nos han comisionado camisas bordadas para todo tipo de situaciones. Hemos visto de todo, desde el ya familiar pedido de camisas con únicamente el logo de la compañía –para ser utilizado en el contexto laboral—hasta camisas para aniversarios personales y otras celebraciones especiales. Algunas de nuestras camisas se han vuelto tan icónicas que las hemos visto enmarcadas dentro de las oficinas de nuestros clientes. Con ellas se constata el paso de tiempo en la compañía.
Cuando este tipo de prendas está hecha con la mejor calidad—como las que producimos en Rozen no se parecen en nada a las famosas camisas bordadas que compramos después del concierto o el partido de fútbol. Y es que una prenda que se utiliza día a día en contextos tan variados como fábricas, oficinas, almacenes y minas, se vuelve parte de una cotidianidad grupal. En este mismo segundo en todo el territorio mexicano hay personas que trabajan ocho horas (o más) y lo hacen, siempre, portando nuestras camisas. Por eso nuestros clientes más leales regresan una y otra vez; por suerte, no lo hacen muy seguido—sus camisas duran y duran.